He de confesar que, pese a que mis orígenes se derivan por largas
generaciones de serranías y valles interiores, he venido en dar un “homo playensis”
más durante el periodo estival, (más correctamente “Homo in litore”); y como
tal me reivindico completa y adecuadamente ataviado: gorra de tela y visera
para proteger la calva del feroz Lorenzo, camiseta de diseño ultrapasado de
buen algodón, que aunque descolorida resiste innumerables y incesantes lavados,
toalla de cuerpo entero con vivos colores para marcar y señalar bien el
territorio de reposo a la orilla del mar, silla plegable más o menos ergonómica
para adecuar el cuerpo a la lectura y contemplación, bañador también de colores
y diseños tropicales o a tono con el ambiente que permita amplios movimientos,
amplia sombrilla de tela recia que evite bien los rayos solares y por tanto
suficientemente descolorida, chanclas de fácil quita y pon con una sola banda,
sin esas molestas sujeciones interdigitales, y finalmente el libro de temporada
o en su defecto el ipad o notebook bien cargado con la
larga serie de libros inacabados por leer.
Pero aunque el destino playero
parezca un contrasentido, resultante de una artificiosa evolución de nuestra
especie, las playas en si
tienen su encanto y no són sólo
ese límite entre el agua del mar y la arena o otros sedimentos como afirman
wikipedia o el diccionario
de la Real Academia Española.
Cada año aparecen poco antes de
verano encuestas
y noticias explicando que la gran mayoría prefiere veranear en las playas.
También se nos recuerda lo afortunados que somos al tener más de 3000 playas en 7500 km de
costa en nuestro país. Y la cantidad de playas que compiten y alcanzan la
categoría de bandera azul
cada año, pudiéndolas visitar on
line, con la relación
de casi 400 playas que en 2012 han conseguido esta calificación o galardón.
Pero con tanta cantidad y calidad
en playas, quisiera llamar también la atención sobre su diversidad, pues no
tienen mucho que ver la Platga
Gran de Tossa de Mar, la Playa de Rodas en
Vigo, o la Playa de
Punta Umbría en Huelva. Pese al mayor o menor grado de urbanismo que
soportan, las buenas playas constituyen o han de constituir ecosistemas propios,
como se dice ahora, auto-sostenibles -equilibrados-. La playa en la que he
veraneado este año como en anteriores, situada en el levante almeriense, no tiene
nada que envidiar a todas ellas y he aprovechado mi periodo de descanso para
conocerla un poco mejor.
Pese a que ha sufrido agresiones
en el pasado que denunciaron
grupos ecologistas, me agrada ver que conserva su vegetación de playa, con sus cardos (Eryngium maritimum), tarajales, carrizales, juncadales (Juncus sp.) y matorral
de almajo o sosa alacranera (Arthrocnemum
macrostachyum). Que con muy
poquita dedicación he podido conocer y fotografiar, y que según ecologistas de la zona preservan
la calidad y anchura de más de 50 metros de la playa.
Y a muy poquitos metros se puede disfrutar de la contemplación de uno
de los pequeños humedales de la provincia, la
Laguna o desembocadura del rio Antas, pequeña reserva natural concertada de
la Unión Europea, desde 1996, de no más de 12 hectáreas de extensión, que
además de la vegetación acoge y ofrece, a la vista del bañista, fauna autóctona
y de migración interesantísima.
Con fauna, no me refiero a los surfistas, parapentistas y ultraligeros
que nos envolvían cada día, si no a aves como las tórtolas (Streptopelia
risoria) que nos despertaban, las gaviotas reidoras (Chroicocephalus ridibundus), de Audouin (Larus audouinii) y patiamarillas (Larus michahellis) que se veían al
amanecer y atardecer, y otras que se podían contemplar tranquilamente con los
niños en el agua, como cercetas
pardillas (Marmaronetta angustirostris),
azulones (Anas platyrhynchos), porrones europeos (Aythya ferina), malvasías
cabeciblancas (Oxyura leucocephala)
y fochas comunes (Fulica atra).
Es un verdadero deleite poder
disfrutar de uno de estos humedales y otros como los que aparecen en libros
de la zona o en el siguiente vídeo:
Lamentablemente, cuando mediaba la redacción de esta entrada, se
produjeron por la zona los temibles acontecimientos de esa plaga que aparece
cada verano, los incendios. Un pequeño
incendio nocturno afectó apenas
media hectárea de la margen derecha de la desembocadura de la Laguna.
Afortunadamente, el asunto fue bien gestionado y resuelto por efectivos del Infoca
de la Junta de Andalucía y los Bomberos del Levante, pero
coincidió en el tiempo con otro
incendio cercano y de más trascendencia, el de el municipio de Bédar, con 374 hectáreas
calcinadas de la Sierra
Cabrera.
Ello me hizo reflexionar sobre la
frágil situación de estos ecosistemas y su moradores, algunos de ellos
autóctonos, únicos y en peligro de extinción como la Tortuga Mora (Testudo graeca graeca), catalogada
de interés nacional y autonómico, declarada en peligro
de extinción, protegida por la Convención
de Berna, incluida en la CITES y en la directiva
1332/2005 de la
Comunidad Europea. Se pueden conocer detalles de
esta vieja inquilina del sureste peninsular en su propia web, y pese a su relativa resistencia a los
incendios, su situación
es delicada.
Corolario: Queda mucho trabajo
por hacer para proteger las pequeñas maravillas que nos rodean cada día, pero
el primero y asequible para todos es conocerlas.
Homo playensis, humedales y la tortuga mora. por Jesús Almeda Ortega se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.