Gracias al reciente y pasado relajamiento
estival, he podido aprovechar el tiempo de asueto para dedicarme a pensamientos
diferentes de los habituales, fruto de lo cual ha surgido el pequeño cuento que
aquí dejo:
"El estanque estaba en calma. En aquella apacible tarde
de verano, todo invitaba a pasear y descubrir el pequeño mundo que se escondía
en su interior y en sus alrededores.
Pablo y Sergio disfrutaban del paseo juntos, y bien
aprovisionados de curiosidad y unas gafas de buceo, se disponían a realizar los
mayores descubrimientos de aquel mundo acuático.
Ni por asomo se les hubiera ocurrido relacionar
aquello con las clases de ciencias naturales, donde tanto les recomendaban
realizar aquellas excursiones libro en mano. Se anteponía la aventura y lo del
conocimiento viene después.
Se descalzaron y remangaron los pantalones, dando unos
pasos dentro del agua. Pablo se ajustó las gafas y metió algo la cabeza en el
agua. Rápidamente, el mundo cambió y ante su vista, unos seres cabezones con
ojos saltones y una larga cola se alejaron coleando en cuanto notaron su
presencia. Eran renacuajos y Pablo los conocía bien.
El susto fue mayor cuando un pez largo como una
pequeña serpiente se cruzó rápido abandonando su campo de visión.
Cuando la escena quedó en calma, Pablo se fijó en el
fondo, para descubrir todo un bosque de extrañas plantas, unas más altas y
otras más cortas, meciéndose con un suave vaivén, como si una brisa constante soplara
en aquel mundo extraño.
De pronto, a su derecha, descubrió sobre unas rocas
una especie de ciudad ¡Increíble! Sobre las rocas, muchos tubos como chimeneas
se alzaban a diferentes alturas de colores grises amarillos y marrones,
cubiertos en su base como por musgo. Aquello le parecía como muchas fábricas
juntas.
Cuando más absorto estaba contemplando la imagen y
pensando que podía ser, aparecieron de pronto de los extremos de las chimeneas,
filamentos, tentáculos y plumas moviéndose en todas direcciones.
¡Qué susto!
Sacó Pablo rápidamente la cabeza del estanque, con un
grito, asustando a Sergio, que esperaba de pie, metido en la charca con los
ojos como platos.
-¿Qué pasa?, preguntó Sergio, asustado tras el grito
de su amigo algo mayor que él.
- ¡Hay una ciudad entera ahí abajo! ¡Y unos seres
extraños me querían coger con sus brazos y tentáculos!
- ¡Anda! No seas mentiroso. No te creo.
- Que sí. Menos mal que son muy pequeños, que si no,
teníamos que salir por “patas”. Toma, ¡mira tú con las gafas!
Tras ajustarse las gafas, Sergio se introdujo poco a
poco en aquel mundo, maravillándose al descubrir lo que su amigo había
descrito.
Pero no era nada extraño ni horripilante. Sergio sabía
muy bien que eran simplemente insectos y otros bichos que le habían explicado
en clase. Aunque era menor que Pablo, siempre había sido más aplicado en clase.
Fascinado por todo lo que veía, decidió explorar si
encontraba algo más. Le pareció ver al fondo unos renacuajos huyendo, pero nada
más interesante que los rayos de sol que se colaban en el agua multiplicando
los colores del fondo.
Al ir a sacar las gafas del agua, llamó su atención
algo que colgaba de la superficie: Un puñado de pequeños gusanos transparentes
se agitaban como queriendo perforar la superficie. Con los reflejos de los
rayos de sol que se colaban parecían gusanillos de colores bailando.
De pronto, algo alteró aquel baile y entrando en el
agua agarró uno de aquellos gusanos sacándolo de allí. Apenas le dio tiempo a
Sergio de sacar la cabeza del agua y ver como un insecto como un palo y con
unas alas de colores, se llevaba en la boca aquel gusano. Las alas eran
irisadas con colores verdes y azulados, transparentes y majestuosas, enormes
como el cuerpo del insecto palo, que era todo negro. Sergio recordó, aquello
era un caballito del diablo, ¡una libélula!
La conmoción en el grupo de gusanos era terrible, los
pequeños bebés de mosquitos, que es lo que eran aquellos gusanillos o larvas,
nadaban o bailaban intentando dispersarse en todas direcciones. Las larvas de
mosquito sabían bien de los peligros que venían tanto de fuera como de dentro
del agua. Lo sabían por instinto, por qué nunca habían conocido a sus padres,
pero hasta entonces el estanque había sido su refugio. Lo que no sabían, como
la mayoría de habitantes del estanque, es que éste estaba formado tras el
recodo de un pequeño arroyo que allí se remansaba.
El arroyo solía siempre tener el mismo caudal de agua
salvo en la primavera cuando se producía el deshielo de la nieve acumulada en
la montaña de más arriba. Por eso de vez en cuando se veían pasar algunos de
los habitantes del arroyo por el estanque, pececillos, ranas, libélulas y
pajarillos.
Tras la zona que conectaba con el estanque, en los
márgenes del arroyo, se encontraba otra parte de aquel mundo submarino. Muchas
plantas crecían en el fondo del arroyo y sobresalían por la superficie. Justo
en aquella época del año, otras larvas comenzaban a emerger del agua, subiendo
por los tallos. Era ala época de pasar de jóvenes a adultos.
Una decena de estas larvas habían alcanzado la parte
alta de las plantas y pegadas a ellas se estaban transformando en crisálidas
hasta comenzar a abrirse por su espalda y salir unos cuerpos alargados y a
desplegarse unas alas transparentes de colores.
¡Si! Eran caballitos del diablo que habían llegado a
su etapa adulta.
¡Pero...! Algo pasaba con la última de las larvas.
parecía algo mas pequeña que las demás y tardaba mucho en abrirse.
A medida que las larvas se abrían y desplegaban sus
alas del todo, los nuevos caballitos del diablo se saludaban y salían volando
solos o en grupo inspeccionando los alrededores. De pronto habían pasado de
vivir en un mundo de agua a vivir en un mundo de aire, y aquello era fantástico
e intrigante. Nadie en el reino animal sufre un cambio tan impresionante en su
vida.
Ya habían salido todos los caballitos del diablo menos
el más pequeño de ellos, y aún revoloteando por la entrada del estanque, se
preguntaban entre ellos:
- ¿Qué le pasa a ese pequeño? ¿Se ha dormido, o qué?
- ¡Vaya un perezoso! A este paso va a llegar tarde a
todos los sitios. Comentaron algunos de sus congéneres.
Por fin, el pequeño caballito del diablo comenzó a
salir y desplegar sus alas. Normalmente todos los caballitos del diablo son de
un tamaño parecido y sus alas transparentes aunque pueden variar en las
tonalidades de color son simétricamente idénticas. Sn embargo, el pequeño
caballito del diablo, al que después llamaron Hélix, era algo más corto en su
abdomen y tenía unas alas de tonalidad más verde y otras más azul. Cuando
desplegó de todo sus alas con esos raros colores, les extrañó mucho a sus
compañeros, pero cuando comenzó su primer vuelo, la luz que atravesaba sus alas
se transformaba,, se refractaba, y producía unos extraños y llamativos brillos
que chocó mucho a los otros caballitos del diablo, despertando algo de envidia.
Aquello eran sin duda razones suficientes para ver con claridad que había
nacido un futuro "marginado" en el grupo de los caballitos del
diablo.
Los caballitos del diablo, volando en parejas o
pequeños grupos sobre la superficie del agua eran el terror del resto de los
habitantes del estanque. Ya sea por su nombre o por su aspecto, los caballitos
del diablo siempre han tenido mala fama, aunque sea injustificada. Hasta Pablo
y Sergio sabían eso. Por eso, al contrario de otros de otros niños, a ellos les
gustaba contemplar las peripecias de todos aquellos insectos y seres del
estanque.
Al contrario que a sus congéneres, a Hélix siempre se
le veía volar solo y con vuelos cortos, por eso era conocido en todo el
estanque y en cierta manera infundía menos temor. El hecho de ir siempre sólo y
su propia naturaleza hacían de Hélix un aventurero curioso y temerario que se
metía por donde otros caballitos del diablo no se atrevían. Su menor tamaño le
permitía meterse por las partes mas frondosas del los márgenes del arroyuelo y
incluso más allá.
En una de sus incursiones más allá de los límites del
estanque, se encontró Hélix un con todo un espectáculo. Un gran pedazo de
tronco viejo de un árbol, que se veía llevaba tiempo caído, se había partido a
todo lo lago, y dejaba ver en su interior toda una serie de surcos y canales,
entre la madera podrida, con muchos pequeños animalitos, unos pequeños insectos
como feas hormigas blancuzcas y alargadas. Eran termitas.
Las termitas son tan voraces que pueden acabar con un
tronco en pocas semanas, pero aquel tronco, por mala suerte, se había partido
antes de tiempo, y justo por la mitad, dejando a la colonia de termitas
expuesta y sin defensa. Por eso todos los bichillos se movían y agitaban
despavoridos buscando un sitio donde refugiarse.
A Hélix, aquello le parecía incluso divertido.
La agitación y barullo enormes eran todo un espectáculo. Aunque él se
alimentaba de larvas y otros pequeños insectos, aquellas termitas feas y
repulsivas no eran nada apetecibles, y veía aquello como un entretenimiento.
De pronto, se percató de que una pequeña termita había
quedado atrapada en un hueco con una pequeña astilla, y pedía angustiada
socorro. Mientras el resto de termitas huían despavoridas, Hélix se acercó con
cuidado, posándose en el borde y le preguntó:
- ¿Qué te pasa? ¿No puedes zafarte de ahí?
La pobre termita, más pequeña y más blanquecina que
las demás, no podía salir de su asombro al ver a aquel monstruo hablándole, y
apenas pudo atreverse a contestar:
- ¿No me vas a comer, verdad?
- ¡No! - contestó Hélix - si quieres puedo ayudarte.
Voy a intentar levantar esa astilla.
Al levantarla un poco, rápidamente la pequeña termita
quedó liberada y se alejó un poco. Pero en vez de huir, se giró y
preguntó al pequeño caballito del diablo:
- ¿Porqué me has ayudado?
- Simplemente me pareció que lo necesitabas.
- Pues, ¡Gracias! La verdad que con todo este desastre
todas mis hermanas y yo necesitamos mucha ayuda. Como habrás podido ver, nos
hemos quedado sin casa ¡Bueno, en realidad casi nos la hemos comido!
- ¿Os habéis comido vuestra casa? ¡Qué animalitos más
raros sois!
- Sí, nosotras somos así. Cuando vamos viendo que la
comida se acaba, vamos buscando otra casa, otro tronco, por los alrededores.
Pero esta vez, el tronco se ha partido antes de lo previsto y sin casa donde
trasladarnos, nos comerán a todas.
- ¡Pues vaya faena! Yo apenas acabo de empezar a
conocer el lugar, pero en uno de mis vuelos, he visto un gran tronco seco, aún
con las raíces en tierra más arriba, remontando el arroyo.
- ¡Seguro que sería un lugar perfecto para nosotras! -
afirmó la pequeña termita. - ¿Pero cómo podría yo llagar tan lejos?
- ¡Si quieres, yo te llevo! - se ofreció Hélix.
Entre absorta, contenta y temerosa, la pequeña termita
aceptó, y Hélix la tomó entre sus patas, manteniéndola lo más lejos de su boca
para evitar aumentar el temor que ya tenía. A los pocos minutos estaban ambos
sobre el viejo tronco seco, que se asomaba sobre el margen del arroyo.
- ¡Es excelente! - exclamó la pequeña termita - podré
enseñar el camino a mis hermanas adultas, pero es un gran distancia para las
pequeñas.
Casi sin pensarlo, se ofreció Hélix a transportar a
todas las pequeñas que hiciera falta si su hermana las convencía de que nos
sufrirían ningún daño. Y dicho y hecho, al poco rato estaban se vuelta en el
viejo tronco partido, comenzando inmediatamente la larga caminata para las
adultas y el transporte aéreo para las pequeñas termitas.
Le llevó a Hélix todo el día transportar a Poro, que
es como se llamaba su nueva amiga, y sus hermanitas termitas, pero cuando
acabaron, la colonia de termitas era una fiesta y todas estaban agradecidas a
Poro y sobre todo a Hélix. A partir de entonces se fraguó una bonita amistad
entre ambos, siendo raro el día en que Hélix no se acercara revoloteando a
visitar a Poro.
No fueron pocas las correrías y aventuras que pasaron
juntos los dos extraños amigos durante todo el verano, pero cuando ya entraba
el otoño, la actividad normal de las termitas, nuevamente debilitó la base del
viejo tronco, y el árbol seco entero se tambaleó y se quebró, cayendo sobre el
arroyo. Esta vez no hubo desastre, las termitas lo tenían previsto y habían
hecho los cambios necesarios para no sufrir ningún perjuicio. El resto del
árbol caído era grande y serviría muy bien para continuar viviendo allí hasta
completar todo el invierno y aún más.
Lo que no tenían previsto, y sucedió, es que el tronco
caído junto con los sedimentos que arrastraba el poco agua que llevaba el
arroyo acabaron por taponar el curso habitual del agua. El arroyo se secó en su
antiguo curso más abajo del tronco caído, y el estanque quedó también desecado.
El agua del arroyo se desvió desde entonces por otro cauce, que iba a dar a
otra vertiente diferente de la montaña. El agua de aquel arroyo ya no iría a
parar más al pequeño valle donde se encontraba el pueblo de Pablo y Sergio, si
no al valle contiguo.
El deshielo de las grandes nevadas que hubo aquel
invierno en lo alto de las montañas y las fuertes lluvias por toda la zona,
hicieron que a la primavera siguiente el arroyo, en su nuevo cauce, llevara
gran cantidad de agua, convirtiéndose en un pequeño río, que contribuyó mucho a
las grandes riadas que hubo en el valle de al lado a donde vivían Pablo y
Sergio, pero no ya en el valle donde ellos vivían. Los destrozos por las riadas
en el valle de al lado fueron enormes, y los adultos vecinos de Sergio y Pablo
comentaban la suerte que habían tenido en su valle al no padecer las riadas,
sin saber por qué las había habido en el valle de al lado y en el suyo no.
Al comenzar de nuevo el verano, Pablo y Sergio
subieron como el año anterior a donde ellos pensaban que estaría su estanque
favorito. Ambos quedaron desconcertados al contemplar lo muy cambiado que
estaba todo aquello. Sabían muy bien donde debía estar su estanque, pero allí
no había más que una pequeña hondonada en el bosque, recubierta de plantas y
hojarasca como todo el resto. Intrigados, ambos niños se pusieron a caminar
hacia arriba de lo que se suponía era el antiguo lecho del arroyo, hasta que
dieron pronto con el gran tronco que había desviado el curso del agua.
Quedaron maravillados por todos los cambios y el agua
cantarina que corría por el nuevo arroyo. Animados por el nuevo descubrimiento,
se dispusieron a continuar y disfrutar con sus pesquisas e investigaciones,
siendo por primera vez conscientes de que nada es inmutable, y la naturaleza se
adapta a todas las circunstancias perfectamente.
¡Aquel sería otro magnífico verano!
De lo que no fueron conscientes nunca los niños es de como una pequeña
acción de amistad en la vida de dos pequeños insectos, que muchos humanos
detestan como "malos bichos", había provocado todos aquellos cambios,
e incluso había protegido al pueblo de los dos niños de una desgracia.
Como Pablo y Sergio, todos desconocemos
muchos pequeños detalles que influencian en nuestra vida y nuestros prejuicios
nos hacen ver como malas a algunas cosas o personas que hacen algo en nuestro
favor. Pablo y Sergio no tenían estos prejuicios y esperemos que nunca los
tengan."
El caballito del diablo y la termita by Jesús Almeda Ortega is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
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